cuando Lacan dice: el momento en que el analista queda reducido al objeto, y "La dirección de la cura", donde habla de "las satisfacciones tan difíciles de romper". Éstas se dan justamente cuando el analista empieza a funcionar en el fantasma y el objeto pulsional se extrae de su presencia.Menciono aquí el goce obtenido en el análisis mismo. En el dispositivo analítico hay una ambigüedad de la re
lación con el goce; una ambigüedad o, en todo caso, dos aspectos. Hay un goce que está ligado a la asociación libre, el goce ligado a la metonimia, consistente en trasladar al significante: trasladar el dolor, el sufrimiento, el goce al significante.
"Trasladar al significante" quiere decir trasladar al "Uno". Por eso Lacan dice que "el analizante consume goce fálico". Lo consume en la asociación libre y lo percibimos en el nivel clínico, en mayor o menor medida según los sujetos. Hay sujetos que se deleitan notoriamente con su palabra; algunos, no todos. También es sensible en el análisis un goce de la rememoración, que se manifiesta como complacencia, fascinación por los recuerdos, como si, pese a la queja, el sujeto se colmara al volver sobre sus huellas y las amara como a sí mismo.
Esta parte de goce fálico, que sustenta la asociación libre, no es un goce todo, es un goce trasladado al Uno y por lo tanto un goce parcial, fragmentario, que va a la par con el sentimiento de incompletitud, de limitación, e incluso la culpa de no haber dicho más y mejor. Hay un superyó alimentado por la asociación libre, el superyó que dice: "¡Sigue gozando con la aparición de más y más significantes!" Éste es un eje: el goce ligado a la asociación libre. Pero hay otro, que mencioné antes, que no interviene en la relación de los significantes entre sí, sino en la relación con el analista como objeto; que no es el que pasa al significante sino, justamente, el que no pasa y se recupera con la forma del objeto plus de gozar: voz, mirada, pecho, excremento. Por eso Lacan puede decir también que el analista "se hace consumir": es preciso, decía en el Seminario XI, que el analista tenga tetas. El riesgo que eso entraña es que el sujeto quiera quedar aferrado a ellas toda la vida.
Distingamos con claridad el "Uno" del goce fálico, ligado a la asociación libre, y el plus de gozar que está en juego en la relación con el analista. Daré un ejemplo para ilustrar esa presencia silenciosa. Tal sujeto, un hombre que hace un análisis muy prolongado y luego otro que también empieza a ser largo, analizante serio ‑me refiero a que lo es en el trabajo analítico, el trabajo de elaboración, de asociación‑, puede creer durante un tiempo que su análisis marcha magníficamente, es decir que gracias al trabajo que produce, a la transferencia manifiestamente positiva que lo anima ‑casi demasiado positiva‑, obtiene efectos en absoluto desdeñables en el nivel de los síntomas, sobre todo en el plano de su deseo y de las amenazas que pesan sobre éste, que lo habían llevado al análisis.
En consecuencia, lo vemos en apariencia liberado de las impotencias que lo agobiaban en un inicio, en el dominio del amor y el trabajo. Verdaderamente, el esquema freudiano: el análisis restaura, dice Freud, "la capacidad de amar y trabajar". He aquí entonces a ese sujeto que se dice que es hora de irse, terminar, ¿por qué no? E intenta hacerlo. Y ahí, ¡cataplum!, empieza a sospechar que todo ese efecto terapéutico ‑que, sin embargo, se había trasladado a la realidad‑ estaba colgado del lazo con el analista de una manera que aún debe discernir. Efectivamente, al parecer se trataba de lo que podríamos llamar un "falso efecto terapéutico", y con ello me refiero a un efecto terapéutico que sólo se sostiene en la transferencia.
El "El atolondradicho", cuando habla de la fase de salida, de duelo del objeto a, Lacan se refiere a un "efecto terapéutico sustancial", debido al duelo del analista reducido al objeto a, lo cual justifica la expresión "falso efecto terapéutico". Ciertamente, en el caso aludido parece ser claro que se trata de un sujeto que, a mi juicio ‑es una manera gráfica de decirlo‑, ha utilizado la asociación libre para "desfilar por la pasarela" bajo la mirada del analista, como hizo toda su vida, hay que señalarlo, a fin de atraer la mirada procedente de otro objeto. Sujeto que nunca dejó de desfilar por la pasarela, es decir, de actuar, de hacer alarde de su actuación ante la mirada de otro, al cual se superpuso el analista. Y, en el fondo, tal vez pasó todo ese tiempo "consumiendo" mirada.
Aludo a esto para ilustrar lo que Lacan llama "las satisfacciones tan difíciles de romper" y por qué evoca "un duelo del analista reducido al objeto". Esto quiere decir que la re‑petición, escrita en dos palabras como lo hace Lacan en "El atolondradicho" cuando la identifica con lo transfinito de la demanda, llega a su fin con el pase. Cuando Lacan habla del "atravesamiento del fantasma", no se trata sólo del señalamiento de los indicios imaginarios o simbólicos del fantasma; en tanto se pone en acción en el análisis, el atravesamiento del fantasma es también la separación con respecto a ese objeto, lo cual justifica hablar de "duelo".
Texto extraído de "La repetición en la experiencia analítica", Colette Soler, págs. 165/179, editorial Manantial, Buenos Aires, Argentina, 2004.
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