martes, 11 de octubre de 2011

Agua, Cuerpo y Tao.

Cuando el agua alcanza su tope de calor, los 100 grados Celsius, el agua se evapora, necesita transformarse en algo más sutil como lo es el vapor. Esto no ocurre por capricho, sino porque está en la constitución del agua que no puede estar a más de 100 grados.
Cuando el agua se enfría, sus partículas, en un proceso físico distinto al de la evaporación, se rigidizan a tal punto que se congelan y el agua queda dura, tanto así que un hielo en la cabeza podría romper el cráneo de alguien. Esta agua dura no puede fluir, ya que está estancada en sí misma. Y el caso anterior, del agua evaporada, tampoco fluye porque ya se encuentra en otro estado (podríamos decir que trascendió su cuerpo aunque se mantiene su escancia de H2O).

La relación es simple. Nuestro cuerpo es un 80% aproximado de agua. Si lo mantenemos al límite de las emociones (rabia, cólera, odio, tensiones en general) nuestro cuerpo aumenta su temperatura así como lo haría una tetera ( o lo que seria mas científico, aumenta la vibración entre nuestras partículas, aumenta la tensión). Si bien es poco probable que lleguemos a los 100 grados, estamos ya dando pie para que nuestras partículas tiendan a la trascendencia física. En el otro extremo, si tenemos a la inacción, podríamos decir que como el hielo nuestro cuerpo y mente se rigidizan quedándose en un estado estático.

El Buda nos enseño de manera simple que cuando una cuerda se estira mucho se corta, y si se afloja mucho no puede hacer música. Lo importante de todo esto es poder encontrarnos en el camino medio. Integrar ambos estados de manera consciente, para poder decir realmente que estamos en conexión con el fluir de la vida (lo que nuestros hermanos orientales llaman TAO). Simbólicamente, fluir con la vida es estar en estado líquido, y como ya he intentado decirles, para estar en estado líquido simplemente debo encontrar mi centro natural y poder mantener la ecuanimidad en todo momento.

Podríamos ir mas allá con la bella metáfora del agua y como, aunque cambie su forma, su esencia es la misma (lo que nos pasa cuando cambiamos el cuerpo, cuando cambiamos situaciones amorosas, etc.), sin embargo, por ahora está bien.



Es asi de simple.
Profundiza tu meditación. Encuentra tu verdad.

Bendiciones.

sábado, 8 de octubre de 2011

El Cura que da la cura II

Siguiendo con la reflexión anterior, quizás manifesté que era el Cura quien da la cura, sin embargo quiero ser explicito en el hecho de que no creo que Otro sea quien pueda darnos algo como la cura. En este sentido, tampoco podríamos vanagloriarnos de que pudimos curar a un cliente/paciente, sino que solo podemos acompañar en el proceso del otro.
La sabiduría no puede darse como un alimento, o un regalo, sino que se presenta como un sutil aroma que entra en el cuerpo y nos cambia la forma de ser con nosotros mismos (por lo tanto, con el mundo). Por esto, es menester que el psicólogo o terapeuta (y ahora me dirijo a cualquiera que tenga como incentivo la cura del alma, no solo quien quiera hacer alarde de algún título universitario) esté en un constante proceso de auto conocimiento y auto transformación.

Por qué la transformación, se preguntaran algunos. Quiero ejemplificar: Si guardo conmigo un vaso que en su interior contiene agua, solo puedo tener esa agua por un tiempo determinado ya que al paso de los días esa agua se llenará de bacterias, hongos, etc. Por más que yo crea que es un agua especial, esa agua esta inserta en un medio que la afecta. Por lo tanto, es necesario cambiar el agua y estar atento a cuando es el momento de vaciar y llenar. Lo mimos ocurre con nosotros los seres humanos. Debemos estar atentos al momento en que es necesario dejar atrás nuestros sistemas de creencias que quizás ya están con hongos y bacterias, y rellenar nuestros vasos con aguas purificadas. Es necesario (haciendo una homología con un computador) “resetear” nuestros procesadores para poder almacenar información nueva y de manera más objetiva, sin el peso del pasado.

Es este el proceso que me parece constituyente de cualquier terapeuta, pero del cual a pocos veo interesados ( y eso en un punto me pre-ocupa y es lo que me tiene aquí). Solo si estuviera realmente muriendo de sed creo que aceptaría beber de un vaso donde sus aguas se ven difusas, sin embargo, preferiría buscar quien puede darme el agua que en verdad me purifica.

Volviendo a la reflexión de cómo o quién es el que da la cura, manifiesto que desde mi experiencia lo único que podemos hacer es acompañar al reencuentro consigo mismo de quien nos consulta. No somos portadores de la verdad de nadie, sin embargo podemos ayudar al otro a encontrar su verdad.

Como escuche de Patricia May la diferencia entre los ángeles y los sabios, es que los sabios son personas que han recorrido el camino del auto conocimiento, a diferencia que los ángeles ya tienen “ese” conocimiento. Por eso un ángel nos puede ayudar de manera externa, pero un sabio, así como un hermano mayor, nos ayuda a recorrer un camino que el ya ha hecho y que en el fondo sabe que es una ilusión. Su meta es que veamos por nuestros propios ojos que aquel camino tortuoso que veíamos hacia adelante no era más que una ilusión y proyección de nuestros miedos.

Entonces, aspiremos a ser, desde la humildad de que en nosotros esta lo mismo que constituye el todo, hermanos mayores y no dioses o ídolos de quien quizás nos necesite (y ojo, es que si alguien nos necesita es solo que se necesita a sí mismo, nosotros solo somos un espejo de su ser).

El Cura que da la cura

Entre leer y estudiar a los padres de las escuelas analíticas, me doy cuenta que la relevancia de distinguirse o formarse en escuelas particulares, ya sea psicoanálisis, humanista, transpersonal, gestaltica,etc (dejo de lado los conductistas y cognitivos por no estar aun dentro de mis intereses) no es de mayor importancia, sin embargo, como muchos vienen diciendo hace algún tiempo, lo importante no radica en la conceptualización más que en el vinculo y el espacio que pueda generar el terapeuta.

La cura, de cualquier terapia, va de la mano con el espacio que el cliente/paciente pueda tener. Es más, la “cura” probablemente tenga relación con lo que acá en Chile conocemos como el “cura” (que es el sacerdote católico), por lo que podríamos extrapolar la idea y pensar que la cura se conecta con la conexión espiritual (en el sentido de la escancia del ser humano) de nosotro mismos. Por lo que el Cura es quien nos facilitaría la llegada a la cura[i].

Si vamos al análisis del Cura, como personaje, nos damos cuenta que era una persona que con su presencia redimía a los creyentes que llegaba a él, y los ayudaba en el encuentro con Dios, acompañándolo también en sus momentos difíciles. Si bien esta es la imagen reducida que podemos tener del sacerdote, nos hace sentido que quien hoy en día ayude con “la cura” deba tener características similares a las antes mencionadas.

Por lo tanto, el hecho de hacernos psicólogos no corresponde con la posibilidad de poder ofrecer la cura a otros, sino que el viaje por el conocimiento de las diferentes corrientes, por la historia de la psicología, debería tener relación a como esa información se integra en nosotros a partir del propio trabajo personal. En resumidas cuentas, es como desde nuestra salud podemos entregar salud. Un psicólogo neurótico y que no conoce de su territorio mas que algún mapa emocional, no podría permitirse entrar en contacto con alguien que necesite cura, ya que quien necesita cura no busca solo una teoría ni datos, sino alguien que con su presencia ejerza cierto ambiente positivamente emocional, intelectual, espiritual y físico, sobre la angustia del cliente/paciente.

Es desde aquí donde esgrimo algunas de mis críticas (que van con la intención de que sean lo más constructivas posibles) en contra de algunos de mis colegas psicólogos y estudiantes de psicología, quienes ejercen y ejercerán, no desde un deseo genuino de conocer y conocerse, sino que, principalmente por la forma en que percibo, desde un espacio donde han logrado escapar de si mismos sin querer encontrarse con sus propias sombras y poner luz allí donde habitan las sombras. Si no cultivamos nuestro ser de manera profunda, simplemente perpetuaremos una clínica que se aleja del sujeto, en pos de un positivismo y un conocimiento ilustrado.


Como alguna vez dije, no por tener un título universitario estampado con la palabra Psicólogo, somos psicólogos (desde la raíz de la palabra Psique, que significa alma), sino que debemos aspirar a ser un espejo limpio y amoroso de quien viene en búsqueda de nosotros para estar al servicio del Otro y no de alguno de mis Yoes neuróticos.



[i]Para evitar confrontaciones que no vienen al caso, comento que evidentemente hablo del sacerdote, o el cura, como el arquetipo de caballero que amable y abanderado de una creencia religiosa, ayudaba “por el amor de Dios” a quien lo necesitaba, excluyendo de esta imagen arquetipica a todo ser humano que ha utilizado la religión con un fin político (y/o sexual).