Cuántas veces hemos soñado, aspirantes al descubrimiento de nosotros mismos, con poder volar y conversar con las nubes. Quizás desde la tierra, veamos la altura de las copas de los grandes árboles rozar el cielo, casi llegando a esos lugares lejanos que aspiramos nos den un respiro de nuestras mediocres y repetitivas vidas. Sin embargo, en el desarrollo de nuestros potenciales, y valiéndonos de que somos organismos similares a los organismos que nos rodean y que por ende podemos encontrar en la naturaleza buenos ejemplos o metáforas de nuestro existir, para alcanzar el cielo quizás tengamos que ir mas acá y mas allá que la aspiración a conectarnos con la “idea de”, o mejor dicho, con las aspiraciones a ser seres iluminados vestidos de túnicas blancas interactuando únicamente desde el amor y la armonía, por ejemplo.
La lectura de Zarartustra me dio a experimentar que aquel árbol enorme que acaricia los cielos con sus ramas, tiene sus raíces profundamente aferradas a la tierra, yendo cada vez más profundo hacia el calor de del centro de este planeta. Entonces podemos pensar que en entre más alto queremos llegar más profundo es necesario ir dentro de nosotros mismos. Y no solo profundo, sino que adentrarnos en nuestros infiernos, para desde aquellos fuegos eternos poder integrar la energía que necesitamos para poder realmente llegar algún día al cielo.
Es interesante que la idea antes mencionada tenga plena relación con el tarot, en el paso del Diablo a La Mansión Dios, donde se nos enseña que para seguir desarrollándonos y alcanzar la totalidad, debemos bajar lo más profundo y encontrarnos de frente con todo aquello que proyectamos en otro, principalmente el Diablo o lo que occidentalmente se denominó Pecado. Así también, la astrología nos pone de frente al gran Saturno (amorosamente nombrado como don Sata) que cuando cursa un importante transito nos pone la sombra de la situación de frente, no por capricho, sino porque es la forma que tenemos de trascendernos y crecer de manera real y no como una creencia de lo que Yo Soy.
Retomando la metáfora del Árbol, en este caso nuestro cuerpo (Sujeto) es como el tronco visible entre estas dos dimensiones que interactúan en un mismo momento, en este mismo momento, pero que sin embargo por ignorancia o miedo, somos incapaces de sintetizar en un único presente (Sujeto- con sus dos significaciones- de lo profundo y a lo celestial en un mismo momento). Nos pasamos desde nuestras ilusiones a nuestros miedos o perversiones sin encontrar el punto medio que nos de lo necesario para la integración de nosotros mismos.
Y ahora bien, ¿quién puede botar por si solo un árbol que está profundamente enraizado? Quizás no exista mano humana que pueda abatir a este sujeto que ha encontrado el puente de sí mismo, tanto en el infierno como en el cielo, pero no debemos olvidar que el viento (lo que Nietzsche denomino “aquellas manos invisibles”) puede arrancar un árbol si es que así lo desea. Y el viento es solo aire, es invisible a nuestros ojos pero nos rodea y realmente así como nos da la vida también nos la puede quitar. Por lo que no debemos menospreciar la influencia de aquellas manos invisibles sobre el transcurso de nuestras vidas. ¿Entonces qué podemos hacer? Simplemente hacer, consciente de la multiplicidad de dimensiones interactuando en este Sujeto.
Estas palabras son solo piedras que lanzo contra una lata y que en algún punto, a alguna persona, puedan sonar como una melodía con algo de armonía. En mi cabeza, hay una orquesta, pero es imposible expresar en este momento la emoción de estas pequeñas epifanías, por lo que más que decir un “que”, espero solo abrir la puerta al descubrimiento de un “como”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario